MÓDULO 4. ¿CÓMO ORGANIZAR LA CONVIVENCIA FAMILIAR?

MÓDULO 4. ¿CÓMO ORGANIZAR LA CONVIVENCIA FAMILIAR?


Índice


Introducción

     · La importancia de las normas en la vida familiar

     · ¿Qué hacer para que las normas se cumplan?
     · ¿Y cuándo las normas no se cumplen?
     · Las normas en la infancia y en la adolescencia



Introducción

La familia, igual que cualquier otro grupo humano, necesita estar organizada para mantener una convivencia pacífica y armoniosa entre sus miembros y, de modo particular, para llevar a buen término una de sus tares primordiales: la de facilitar la maduración de los hijos hacia una autonomía responsable.

Una de las responsabilidades de los padres para ayudar a organizarse a la familia es, sin duda, establecer normas que regulen la conducta de los hijos, porque en ellos reside el principio de autoridad. Mantener una disciplina razonable pero firme es esencial para prevenir el consumo de drogas. A través de ella, el niño se dará cuenta de que su conducta y sus deseos tienen límites que no puede traspasar. Así el niño será capaz de ajustar su conducta social a las normas de convivencia y le permitirá educarse en la responsabilidad.



La importancia de las normas en la vida familiar

Cuando toleramos y transigimos en el comportamiento de nuestros hijos, cuando permitimos que sus intereses y deseos primen por encima de los nuestros, alimentamos sin quererlo una falta de autocontrol, una mayor impulsividad y una menor persistencia y constancia en la realización de sus tareas. Por el contrario, la utilización excesiva de prohibiciones y la imposición de normas de forma coercitiva, sólo nos conduce a aumentar las distancias con nuestros hijos. Los continuos reproches y castigos influyen negativamente en su autoestima, en su capacidad de autocontrol, dificulta su creatividad, su autonomía y su habilidad para las relaciones sociales, llegando, en algunos casos a presentar conductas agresivas en ausencia de control externo.

Diversas investigaciones muestran que, tanto los hijos de padres intransigentes y rígidos, como de padres débiles y excesivamente permisivos, son los que tienen más probabilidad de iniciarse en el consumo de drogas. Entre un extremo y otro existe un modelo que deja espacio para la

libertad, y que supone educar a los hijos en la capacidad para tomar decisiones y para actuar de forma responsable ante los diferentes retos de la vida cotidiana (incluido, por supuesto, todo lo relacionado con las drogas).

El espacio de libertad en el que pueden moverse los hijos, está condicionado por dos aspectos fundamentales:

     -  La edad: a medida que los hijos crecen el margen de libertad ha de ser mayor

     -  La conducta: conforme los hijos se comporten de forma responsable y tomen decisiones adecuadas
        es preciso ampliar el espacio de libertad. Por el contrario, éste ha de restringirse cuando las decisiones
        no sean las correctas o cuando el niño o la niña se muestre irresponsable.

Los efectos que tiene el ejercicio de una autoridad firme y razonable por parte de los padres resultan especialmente beneficiosos para los hijos como factores de protección individuales: aumenta su autoestima, favorece el autocontrol, promueve una mayor interiorización de los valores morales y un mejor afrontamiento de las situaciones con una mayor confianza y persistencia.

Ahora bien, para ejercer una autoridad firme y razonable es conveniente clarificar las normas, sus referentes, tiempos y contextos de aplicación. En definitiva, asumir un buen control-guía del comportamiento de los hijos requiere de:

1. Normas realistas: ajustadas al contexto, a la edad y a la personalidad de los hijos y que tengan posibilidades reales de cumplimiento. Por ejemplo, no podemos pedirle a un niño inquieto que estudie durante cuatro horas seguidas.

2. Pocas normas, pero claras y bien fundamentadas: En muchas ocasiones, problemas de disciplina tienen su origen en normas confusas Uno no puede cumplir indicaciones que no comprende, ni puede hacer cumplir normas cuya importancia no se ha parado a valorar. Por ello, las normas han de ser muy compresibles y claras. Esto ayudará a que los hijos sepan exactamente qué se espera de ellos y a que los padres analicen con calma cuál es la importancia de cada una de las normas. Una gradación en las normas, existiendo por tanto:

     -  Normas fundamentales de ineludible cumplimiento y, por tanto, innegociables, como por ejemplo, las
        agresiones entre hermanos.

     -  normas importantes pero matizables en función de las circunstancias, como por ejemplo la hora de
        llegada a casa en días de trabajo o las vísperas de fiesta.

     -  y otras de carácter accesorio que regulen aspectos más circunstanciales de la vida doméstica (por
       ejemplo, mantener limpia y ordenada la habitación).

Cada familia, en función de la orientación que quiera dar a la educación de sus hijos, debe decidir qué normas incluye en cada apartado. Ahora bien, si incluye una norma entre las fundamentales (como por ejemplo, la hora de llegar a casa) debe estar dispuesto a hacerla cumplir en cualquier caso e independientemente de las circunstancias. Lógicamente, a medida que los hijos se hacen mayores, una norma puede dejar de ser fundamental para incluirse progresivamente en el espacio de libertad de los hijos.

3.  Normas consistentes: en ocasiones estamos tentados por imponer una larga lista de reglas para la organización de la familia despreocupándonos después de su cumplimiento. La aplicación de las que establezcamos en nuestra familia ha de ser siempre consistente, independientemente de nuestro estado de ánimo, de la presencia de otras personas, de nuestras ocupaciones en ese momento, etc. Tener perfectamente clara la importancia que damos a cada norma ayuda mucho a ser consistente





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En ocasiones, los niños obedecen las normas porque desean evitar un castigo o recibir una recompensa. Esta postura de los hijos, aun cuando nos ayuda a mantener un clima familiar adecuado, no contribuye al crecimiento de los pequeños, ya que en el fondo se está produciendo una aceptación aparente de la norma. Para que el niño asuma la norma como algo propio (para que la interiorice) es preciso que le ayudemos a razonar y clarificar la comprensión y la necesidad de esas reglas. Un buen sistema de normas favorece y posibilita el ejercicio del autocontrol en nuestros hijos.

(Ver Actividad 1: Las normas de la casa)



¿Qué hacer para que las normas se cumplan?

Para conseguir que los niños asuman una norma, no existen fórmulas mágicas pero sí algunas tácticas que pueden ayudar a crear un clima de respeto y a conseguir la colaboración de los hijos en la organización de la vida familiar:

1. Describir lo que vemos: por ejemplo “Hay ropa sin doblar encima de esta cama” en vez de: “Juan, ¡quita la ropa de tu cama!”.

2. Dar información: por ejemplo “Jugar con el balón en casa puede ser peligroso, puede romperse algo frágil” en vez de: “¡Como te vea jugando con el balón, te lo quito!”.

3. Expresar lo que deseamos sucintamente: por ejemplo “los platos” en vez de “Luis, me tienes cansada, ¿es que no vas respetar lo que acordamos? Te toca recoger los platos, que no te lo tenga que decir otra vez.”.

4. Comentar nuestros propios sentimientos: por ejemplo “Estoy cansada, agradecería que alguien me echara una mano con la compra” en vez de “Es encantador ver a unos hijos tan pendientes de una, ¡todos tiraditos en el sofá!” .No obstante, podemos encontrarnos con situaciones en las que nos respondan “¿y qué? ¿a quién le importa que estés cansada?” En estos casos no dude en puntualizar con un “a mí, a mí me importa mucho cómo me siento y también me importa lo que sientes tú. ¡Espero que ésta sea una familia en la que todos nos preocupemos por los sentimientos del otro!”.

5. Escribir una nota: Por ejemplo: “Querida Bea: este cuarto necesita un poco de orden. Habría que recoger los zapatos, los libros y las tazas. Gracias anticipadas. Mamá.” Las notas resultan también muy útiles en los momentos difíciles, especialmente en aquellos en los que estamos enfadados, pues tienen la ventaja de que no suben de volumen. Por ejemplo: “Bomba de relojería humana, ¡explotará si se le agobia o importuna! Vamos a tener compañía. ¡Se precisa ayuda urgente!”.

(Ver Actividad 2: Las formas son importantes)



¿Y cuándo las normas no se cumplen?

Los padres, cuando nos encontramos con el incumplimiento de una norma, generalmente utilizamos dos procedimientos: suprimir los premios o castigar. En el primer caso, eliminamos alguna de las recompensas que hubiera recibido el hijo mientras su conducta era adecuada. En el segundo caso, el niño recibiría unas consecuencias desagradables para él. Pero si los castigos no se aplican adecuadamente pueden generar sentimientos muy negativos en los hijos: necesidad de venganza, odio, culpabilidad, autocompasión…

Se pueden utilizar alternativas al castigo:

     -  Busca que tu hijo se sienta útil (por ejemplo, si nos encontramos en un entorno adulto y nuestro hijo está inquieto, dale una función como que cuide de las bolsas).

     -  Expresa firmemente tu censura sobre el comportamiento.





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     -  Explícale cuál es tu interés en la actividad que estás realizando y cómo su actitud te distorsiona.

     -  Dale alternativas fáciles que le permitan corregir su comportamiento.

     -  En algunos casos, cualquiera de estos planteamientos por sí solos podrían bastarnos a los padres para
        incitar a un comportamiento más responsable de los hijos, pero, sin duda, la combinación de varias
       alternativas nos permitirán obtener unos resultados más efectivos ante los comportamientos inadecuados
       de los hijos.

En ocasiones, las normas, generan réplicas por parte de nuestros hijos, la tarea de afrontar estas réplicas u objeciones es fundamental para preservar un buen clima familiar; de lo contrario podemos acabar sumergiéndonos en trifulcas inacabables, enfados y polémicas que dificultan aún más el cumplimiento de las normas. Para afrontar esta situación es conveniente:

     1. Hacer la petición.

     2. Escuchar con calma la objeción (conviene dejar que el niño argumente sus motivos)

     3. Expresar nuestro acuerdo parcial o total con lo que dice o, si procede, nuestro desacuerdo asertivo
        respecto a lo que dice el hijo.

     4. Volver a hacer la petición en los mismos términos que al principio (actuar como un disco rayado).

La aplicación de estos pasos ha de realizarse de una manera flexible. Tratar de responder mecánicamente y de forma rígida según un esquema preestablecido puede descolocarnos ante el más mínimo imprevisto. Por ejemplo, si la réplica del hijo va acompañada de un reproche (“déjame en paz, eres un plomo con tus normas”) nuestra reacción puede acabar siendo francamente hostil; por ello es importante saber adaptarse a las sutilezas de la situación. Afrontar la hostilidad de los hijos lleva implícito controlar nuestros propios sentimientos negativos.

En esas situaciones, lo mejor es escuchar de forma atenta y silenciosa. Ese “estar fuera de sí” no puede durar siempre; llegará un punto en el que la hostilidad del hijo se venga abajo. Este es el momento idóneo para intervenir, intentando mostrar empatía (“entiendo que te moleste no poder salir esta noche…”). Si lo hacemos correctamente, conseguiremos que el chico se calme y adopte una actitud más razonable que nos permitirá resolver juntos el conflicto.

En el caso de réplicas muy intempestivas podemos echar mano de un recurso adicional: la retirada de la atención (ignorar el comportamiento) y, en los casos más extremos, apartarnos del escenario y esperar un momento adecuado para hablar con nuestro hijo.



Las normas en la infancia y en la adolescencia

La educación sobre las normas en la infancia y adolescencia tiene características diferentes en función de la edad.

Los niños pequeños cumplen las normas porque las viven como algo impuesto, no por que las vean razonables. Con el tiempo aprenden que para conseguir el reconocimiento de los padres (una alabanza, una sonrisa, una recompensa, etc.) hay que cumplir lo que dicen. Pero lo hacen porque se lo mandan, no porque lo consideren conveniente u oportuno, basta con tener autoridad. En los primeros años de vida lo fundamental es establecer unas normas claras y consistentes. El niño ha de saber que cumpliéndolas se obtienen refuerzos. Cuanto más claras sean las normas, más seguridad tendrá el niño en su comportamiento y en su relación con el entorno.

Ahora bien, debe haber un equilibrio entre normas y autonomía. Tiene que haber normas de cumplimiento obligado (las más importantes) y otras en las que admitamos su incumplimiento, ya que es a través de la oposición a la norma como se afianza la autonomía del niño.





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Las explicaciones (por qué y para qué) de las normas debemos empezar a trabajarlas a partir de los seis o siete años. A estas edades podemos empezar a pedir un comportamiento responsable.

En la adolescencia surge el enfrentamiento a la norma, la oposición a todo lo establecido. Las normas son cuestionadas, analizadas, discutidas; nuestros hijos encuentran las posibles fisuras de cada regla y llegan a la conclusión de que son injustas, por lo que se resisten aún más a cumplirlas.

En la adolescencia hay que ser capaz de argumentar los motivos y de hacer ver la necesidad de la norma. Ahora, además de autoridad, hay que tener razón. Introducir el diálogo sobre las normas es pues necesario. Ahora bien, las normas fundamentales deben mantenerse por encima de todo. Pueden ser explicadas, argumentadas e incluso discutidas, pero eso no significa que ellos tengan que compartirlas o que nosotros debamos ceder en su cumplimiento. La existencia de estos límites infranqueables es un importante referente para los adolescentes, especialmente cuando se basan en valores fundamentales como la verdad, la lealtad, el respeto, la salud, etc.

Naturalmente, para nuestros hijos la única forma de saber dónde están los límites es intentar traspasarlos. Cuando eso ocurra, es conveniente que actuemos en consecuencia dando una respuesta acorde al incumplimiento (retirada de ciertos beneficios, restricciones en la hora de llegada, recortes en la asignación, etc.).

Donde sí podemos introducir la negociación, es en torno a las normas menos importantes. Los hijos necesitan un espacio de libertad, un espacio para manifestar sus opiniones, sus posiciones, su inconformismo, etc. Ese espacio podemos construirlo en torno a las normas accesorias, donde debemos admitir cierto grado de insumisión, aunque procurando mantener el sentido general de la norma. La negociación, en estas edades, ha de ser constante y nos permitirá, por un lado, conseguir un grado aceptable de cumplimiento y, por otro, enseñar a nuestro hijo adolescente a tomar decisiones y a considerar los pros y contras de cada opción.

Independencia y libertad son lo más deseable para el adolescente y, en consecuencia, pueden ser usadas como elementos de refuerzo de la conducta adecuada: a mayor responsabilidad, mayor nivel de independencia, más libertad de horarios…

De la misma forma, el comportamiento irresponsable ha de traducirse en la supresión de refuerzos: menos libertad de horarios, menor disponibilidad económica, etc. Es preciso que establezcamos una coherencia entre el comportamiento del adolescente y los refuerzos que reciba. El cumplimiento de los acuerdos alcanzados se convertirá así en un medio para lograr una parcela de autonomía, que no se alcanza por la insumisión a la norma, sino precisamente por su cumplimiento.
 
 
 
 
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¿CÓMO ORGANIZAR LA CONVIVENCIA FAMILIAR?




·  Las normas en la familia

·  El castigo ¿funciona?

·  Las rabietas

·  Llevar la contraria por sistema

·  Malas contestaciones