MÓDULO 3. ¿CÓMO CUIDO EL MUNDO DE LOS SENTIMIENTOS?

MÓDULO 3. ¿CÓMO CUIDO EL MUNDO DE LOS SENTIMIENTOS?


Índice

          ·  Introducción

          ·  ¿Cómo y cuándo se crea la autoestima?

          ·  ¿Cómo aumentar la autoestima de los hijos?

          ·  El clima familiar y la expresión de sentimientos

          ·  Y si los hijos nos desbordan...



Introducción

La afectividad es imprescindible para el ser humano en todas las etapas de la vida. Para un crecimiento integral y equilibrado, más allá de las necesidades corporales y junto con el cultivo de la inteligencia y de la voluntad, es necesario atender también al desarrollo de la afectividad.

La afectividad desempeña un papel fundamental en la educación de nuestros hijos. Las vivencias y valores que se apoyan en la afectividad arraigan con más fuerza en la persona.

La existencia de lazos afectivos fuertes dentro de la familia resulta muy importante para el desarrollo y la estabilidad emocional de todos sus miembros, especialmente en los primeros años de vida.

La familia es también el ámbito privilegiado para que los menores aprendan y maduren motivados por el amor. En la familia es posible llegar a asumir los puntos débiles porque cada uno sabe que los demás le quieren como persona única y valiosa, con sus defectos y virtudes. Este es el punto de partida para luchar por superarlos y por adquirir los valores que se les proponen. Educar es, en buena medida, enseñar a esforzarse día a día en mejorar; pero para esto resulta necesario el apoyo, el impulso afectivo, la motivación, claves de la educación de los sentimientos y de la educación en valores.

En ese recorrido que es la vida de nuestros hijos, nadie puede ocupar el papel de los padres (a excepción, en determinados casos, de otros “adultos significativos”: abuelos, tutores…). Nadie mejor que nosotros puede ofrecer a los hijos la seguridad y el afecto necesarios para enfrentarse a los nuevos retos de cada día como nuevas oportunidades para crecer. Nuestro papel no siempre será correspondido; a menudo, ni siquiera comprendido. Sin embargo, quizás cuando menos parecen necesitar los hijos a los padres es cuando más apoyo requieren, cuando más necesitan saber que estamos ahí, ofreciendo nuestra incondicional ayuda, como referencia continúa en sus vidas.



¿Cómo y cuándo se crea la autoestima?

Cada uno de nosotros tenemos una idea de nuestras propias cualidades y defectos, de lo que somos y lo que podemos hacer. Es lo que llamamos autoimagen o autoconcepto, y es algo absolutamente personal y subjetivo, que puede o no corresponderse con la realidad.

Además, esa autoimagen puede gustarnos o no; puede que la aceptemos con naturalidad o que nos resulte odiosa. Esa valoración afectiva que hacemos de nuestro propio concepto o imagen es lo que llamamos autoestima.

La autoestima es muy importante en nuestras vidas porque influye enormemente en la forma en que nos relacionamos con los demás y en cómo afrontamos nuestros problemas.

Sin duda, comienza a formarse en los primeros momentos de la existencia de la persona. El bebé, mucho antes de entender el significado de las palabras, recibe impresiones acerca de sí mismo a través de la forma en que le tratan. El tacto, los movimientos corporales, los tonos de voz, las tensiones musculares y las expresiones faciales, le harán sentir si es importante para sus padres o si por el contrario es algo molesto.

Cuando el niño comienza a entender el significado de las palabras, éstas serán un espejo infalible de cómo se considerará. Si decimos que es malo se creerá que lo es y sus actos intentarán demostrarlo.

Cuando el niño comienza a ir al colegio, empiezan sus relaciones con los otros niños y la construcción de su imagen en relación a sus iguales. También es importante mencionar a esta edad su autoconcepto académico que los padres tenemos que ayudarle a relativizarlo como una de las muchas facetas de su vida, no la única ni la más importante.

En la adolescencia, va ganando más peso la opinión que tienen los demás y la concepción que el joven tiene de sí mismo. Los adolescentes se observan constantemente y, cuando no les gusta lo que ven, piensan que los demás opinan igual. A esto se suma la insatisfacción que generan los cambios en su propio cuerpo, los cambios en las relaciones con sus iguales (que se vuelven más amenazantes), los cambios en la escuela (que se convierte en un entorno más exigente y competitivo) y la inseguridad ante el inicio de la vida sexual adolescente. Su autoestima es un castillo de naipes que cae al primer soplo de aire, y tienen que volver a levantar, una y otra vez, pieza a pieza, con nuestra ayuda.

En esta etapa, una autoestima adecuada, equilibrada y bien construida neutraliza de forma eficaz las influencias y opiniones de los otros, especialmente aquéllas relacionadas con las situaciones de presión de grupo que pueden incitar al inicio en el consumo de drogas o a otros comportamientos de riesgo. En este sentido, la autoestima se considera un factor de protección de primer orden.

(Ver Actividad 1: Autoestima alta o baja y Actividad 2: Tipo de autoestima y sentimientos de nuestros hijos)




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¿Cómo aumentar la autoestima de los hijos?

Padres y madres podemos hacer mucho para mejorar la autoestima de nuestros hijos. Un buen nivel de autoestima se basa en el respeto sólido por uno mismo que se fundamenta y sostiene en dos pilares:

       -  Soy digno de que me quieran "Soy especial para alguien"
       -  Soy capaz "Yo puedo resolver mis problemas"


Soy digno de que me quieran ----------AUTOESTIMA -------- Soy capaz

Los padres podemos potenciar en nuestros hijos el primer pilar ("soy digno de que me quieran"):

       -  Demostrándole afecto tanto verbalmente como a través del contacto físico.
       -  Dedicándoles tiempo de calidad.
       -  Estima incondicional: haga lo que haga, obtenga los resultados que tenga, siempre podrá contar
          con sus padres.
       -  Que se sienta que es singular y especial. Es bueno expresarle sus cualidades en privado.
       -  Elogiarlo de manera concreta: "Me gusta mucho los colores que has utilizado y cómo lo has
          sombreado" mejor que decir elogios globales "Me gusta mucho tu dibujo".
       -  Expresarles emociones positivas que ellos nos despiertan sin PEROS "!Que guapo eres¡ PERO
          si te cortaras el pelo" "!Que listo eres¡, PERO si no fueras tan vago" La segunda parte de la frase
          estropea la primera.
       -  Expresar emociones negativas de forma adecuada, es decir, ser descriptivo en cuanto al
          comportamiento y proponer alternativas. No ayuda decir: "Esto es un desastre, eres un vago, yo no te
          entiendo, no me esperaba esto de ti "Pero sí el decirlo de esta manera: "Tus notas son
          verdaderamente malas, estoy muy enfadado, debemos buscar una solución"

(Ver Actividad 3: ¿Qué tiene de singular mi hijo?)

No sólo hay que decirle a nuestro hijo que es muy guapo y le queremos mucho, para subirle la autoestima, tenemos que desarrollar en ellos una seguridad personal que se base en una confianza en sí mismo, que sepa que es una persona competente y capaz. Si no su autoestima es de "cartón piedra" que a la menor dificultad se rompe.





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Para fortalecer la autoestima de nuestros hijos, en el segundo pilar "Soy capaz y competente", los padres podemos aportar mucho:

    -   Organizar actividades de manera que el niño tenga más oportunidades de obtener éxito. Es mejor
         fraccionar la actividad en pasos más pequeños, ya que cuando el niño se ve inmerso en una actividad
        complicada, suele abandonar. Como por ejemplo, que recoja todo el cuarto, sin proporcionarle pistas
        sobre los pasos a seguir.

     -  No darle todo hecho, darle responsabilidades acorde a su edad.

     -  Darle varias opciones para que él pueda elegir. "Ahora te lavas, ¿que prefieres ducharte o bañarte?"
        Darle oportunidades de elección en cuestiones personales tales como su ropa, sus juguetes…

     -  Ayudarle a ver las consecuencias de su comportamiento.

     -  Que tome conscientemente sus decisiones, sopesando distintas posibilidades, prever
        consecuencias, elegir con relación a una escala de valores.

     -  Enseñar al niño mejores métodos de resolver los problemas. Si al niño se le plantea un problema,
        no ofrecerle consejo de manera inmediata. Pues, aunque a corto plazo resulta más cómodo a largo
        plazo es mejor que él adquiera una sensación de poder resolver sus problemas.

     -  Mostrarle cómo comportarse cuando está angustiado, de manera que no pierda el control de sí mismo,
        ayudarle a controlar sus emociones de rabia, frustración, miedo, aceptar sus sentimientos.

     -  Entrenar al niño en cómo puede influir en los demás de manera positiva, es decir saber cómo
        tratar a los demás (esperar su turno, no interrumpir, hacer que los demás no se sientan incómodos…)

     -  Ayudar al niño a establecer límites para él y para los demás. Poner límites no es sólo poner
        normas, es saber decir que no cuando algo no nos es favorable.

     -  Que se enfrenten a cuestiones de su exclusiva responsabilidad. Ej. Ir a comprar el pan.



El clima familiar y la expresión de los sentimientos

El buen ambiente en la familia no se reduce simplemente a “llevarse bien” sino que implica la creación de un clima familiar que facilite la educación de los hijos y su desarrollo integral (físico, intelectual, afectivo, social y de valores). Para que ese ambiente exista, es necesario favorecer:

1. El respeto a la diversidad. Las diferencias de edad, sexo, gustos, opiniones, creencias dentro de la familia ayudan a vivir la experiencia de la diversidad que se en toda convivencia; un ambiente de respeto es básico para toda convivencia y es el eje central de la socialización: aprender a convivir es aprender a vivir con la diferencia, incluso mejor gracias a ella.

2. Una buena comunicación. Debemos procurar un clima de confianza que permita un diálogo fluido y sincero, en la seguridad de que cualquier idea, opinión o sentimiento serán respetados y comprendidos, aunque no necesariamente compartidos.

Esta comunicación no se consigue por casualidad o en el contexto de otras actividades (comiendo, viendo la televisión, etc.) Por ello, es recomendable establecer “momentos de calidad”: acercarse a los hijos, charlar con ellos, preguntarles por la marcha de sus asuntos, conocer sus sentimientos, preocupaciones y estados de ánimo, compartir con ellos nuestros sentimientos —sean alegres o tristes, placenteros o desagradables— y mostrar nuestra disposición a escuchar los suyos.

3. El apoyo mutuo. Debemos favorecer un clima positivo y optimista, en el que las dificultades cotidianas se viven como retos y no como escollos insalvables. En el que los logros de cada miembro de la familia suponen una alegría para el grupo y las dificultades implican el apoyo y la unión de todos para superarlas.





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Cuando una situación (propia o de nuestros hijos) nos afecta y experimentamos una emoción, podemos comportarnos de varias formas:

     -  Ignorar los sentimientos: ignorar los sentimientos de los hijos, considerando que no merecen mayor
        atención. Confundir “sentimiento” con “sentimentalismo” y equiparar sensibilidad” con “debilidad”. Por
        ejemplo, una niña llega a casa alegre con la hoja de calificaciones escolares y se la entrega a su madre
        con entusiasmo. La madre, sin hacer ningún gesto y sin dirigirle la mirada, se la devuelve diciéndole: “Es
       lo mínimo que debes conseguir.”

     -  Bloquear, reprimir los sentimientos: Darse cuenta de los sentimientos, pero pensar solamente en
        cómo hacerlos desaparecer porque resultan molestos. Así se puede hacer desaparecer la manifestación
        del sentimiento, pero no el sentimiento en sí, con lo que el hijo se verá desatendido en su necesidad
        afectiva. Por ejemplo: un hijo viene de la calle llorando porque un coche des trozó su balón. Su padre
        le mira indignado y le dice “¿Por qué lloras?, ¿Qué clase de hombre eres?”

     -  Reaccionar de forma explosiva, la forma más básica y primitiva. Dejarse llevar por las emociones, sin objetivo ni control. Por ejemplo, tras un día duro de trabajo, nuestros hijos en sus juegos están resultando muy ruidosos, nos desbordan y les gritamos frases del tipo “no puedo soportaros.”

Conocer nuestros sentimientos, prestarles atención y expresarlos nos va a permitir ofrecer a nuestros hijos un modelo positivo y digno de ser imitado. Sin embargo, muchas veces no sabemos cómo actuar, pues nos vemos marcados por las limitaciones de nuestro propio aprendizaje emocional.

Al expresar nuestros sentimientos y permitir que los hijos los conozcan y comprendan, facilitamos a los hijos el acceso a una de las partes más ricas de nuestro mundo interno. Aunque expresarles nuestro afecto resulte básico para su existencia (y para la nuestra), tenemos que tener en cuenta que el mundo de los sentimientos es muy extenso y complejo y también incluye esas otras vivencias del ser humano que a menudo consideramos negativas y que, por ello, tratamos de evitar, reprimir o excluir de las conversaciones. Todo esto nos plantea la necesidad de poner mucha atención en la expresión de sentimientos y en la educación de nuestros hijos para el reconocimiento y comprensión de sus propias emociones.

Proponemos actuar con empatía, esto es, escuchar respetuosamente a los hijos con el deseo de comprender sus sentimientos y preocupaciones:

     -  Escuchar con gran atención: a veces los niños, como cualquiera de nosotros, lo único que necesitan
        es alguien que les escuche con interés, con un silencio solidario.

     -  Mantener una actitud de cercanía haciendo ver al niño que comprendemos lo que nos cuenta.
        Expresiones del tipo “¡vaya!”, “¡ajá!”, “¡no me digas!” o las simples repeticiones de lo que nos cuenta
        (“o sea que...”), pueden ser invitaciones para que explore sus propias ideas y sensaciones y
        posiblemente para que halle una solución para la situación que le genera malestar. Si en vez de esto
       ofrecemos a los hijos consejos

     -  soluciones instantáneas les privamos de la experiencia de afrontar sus propios problemas y reducimos
        sus posibilidades de aprendizaje.

     -  Aceptar todos los sentimientos del niño y ayudarle a reconocerlos, incluso aquellos más críticos
        como la rabia, la frustración o el dolor ante una pérdida. Los padres, en ocasiones, tratamos de restar
        importancia a estos sentimientos, pensando que de esta forma le evitamos un disgusto, pero esto suele
        ocasionar el efecto contrario.

     -  Dar nombre a sus sentimientos (“eso que me cuentas parece muy frustrante”; “entiendotu dolor, yo
        también lo he sentido…”). Si el niño escucha las palabras que definen lo que está experimentando,
        recibe un hondo consuelo y además va aprendiendo a reconocer y encauzar sus sentimientos.





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Cuidar además el lenguaje no verbal:􀂃

     -  El tono de voz: una entonación suave y agradable dice tanto o más que las propias palabras.

     -  El rostro: muestra el estado de ánimo (sorpresa, tristeza, compasión…) y el grado de aceptación
        (miradas, sonrisas…) y hace ver que se comparten las emociones.

     -  El acercamiento físico: las caricias y el contacto físico ayudan al niño a sentirse querido.
Debemos recordar que ser escuchado es muy gratificante y promueve apego y respeto hacia el que escucha.



Y si los hijos nos desbordan...

En determinadas ocasiones, los comportamientos inadecuados de los hijos pueden llevar a los padres a cimentar dichas conductas negativas mediante el uso de mensajes que les devuelven una imagen negativa de sí mismos.

Etiquetamos a nuestros hijos con calificativos que usamos primero inconscientemente y después de forma repetida cuando se comportan de una determinada manera. Les asignamos así el papel de mentirosos, torpes, cabezotas, fanfarrones, mandones, pelmas, etc. sin saber que nuestra opinión condiciona sus sentimientos y les hace actuar como se espera de ellos.

Estas etiquetas a menudo funcionan como profecías que terminan cumpliéndose, en la medida en que otorgan a los hijos referentes para forjarse una imagen de sí mismos. Si calificamos a un niño como destrozón, puede que le resulte más fácil descuidar sus juguetes, sus pertenencias (como ya tiene la fama…).

En otras ocasiones estos esquemas preconcebidos que volcamos en los hijos no se muestran con un calificativo, sino con una generalización ("ya estás otra vez igual" "no sé qué voy a hacer contigo" "déjame en paz, me tienes harta" "quítate de mi vista"). A veces basta con un tono de voz o un gesto, para hacerle ver que le descalificamos. En cualquier caso, una y otra forma de actuar por parte de los padres puede generar en los hijos frustración, desconfianza en sí mismos, falta de autoestima y hasta la reiteración en el comportamiento que queremos evitar.

Para conseguir que los hijos se vean desde ópticas diferentes y modificar la opinión que tienen de sí mismos, podemos utilizar algunas "tácticas":

     -  Intentar que nos oiga cuando digamos algo favorable sobre él delante de otra persona: "Mamá,
        tendrías que haber visto lo valiente que ha sido tu nieto al ponerle la inyección."
     -  Ejemplificar el comportamiento deseado. Ante un niño mal perdedor podemos decir "¡Vaya, esta
       vez he perdido yo! bueno, lo importante es tener espíritu deportivo, te felicito lo has hecho muy bien."

     -  Expresar nuestros sentimientos y/o expectativas cuando el niño actúe según la etiqueta, mostrando
       un comportamiento no deseado: "No me gusta tu actitud, por mucho que te fastidie tu hermana pequeña
       no es motivo para gritarle, la próxima vez espero que tengas más paciencia."

     -  Buscar oportunidades que permitan mostrar al niño una nueva imagen de sí mismo (podemos
        sustituir la etiqueta de "destrozón" en un niño hablándole en positivo de lo que sí hace bien y queremos
       que generalice: "Tienes ese juguete desde los tres años y parece nuevo."

     -  Ponerle en situaciones en las que pueda verse de otra manera. A un niño irresponsable podemos
       decirle "Juan, salgo un momento a casa de la abuela, cuida por favor de tu hermana."
 
 
 
 
 
 
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